miércoles, 6 de febrero de 2013

Beso por la noche


Caminaba por la galería, ahora sabes que siempre lo hago. Buscaba una novela que por obligación necesitaba para un análisis filosófico de una investigación. Ya estaba cansada, agotada después de un largo día de labores. En eso inevitablemente mis ojos se dirigieron hacia un imponente hombre que parado frente a una vitrina parecía estar disfrutando del trajín, y del bullicio propio de la ciudad.
Me paré junto a él, aprovechando la ocasión para dar un vistazo a aquella vitrina y ver si allí encontraba aquella dichosa novela que tantos dolores de cabeza me había dado encontrarla.
No sé porque, pero deseaba quedarme a su lado, aunque fuese en silencio, deleitándome con el aroma de su perfume, pero se fue. Acomodó su bolso negro en su hombro y se marchó. Fui invisible.
Sin buenos resultados a mi búsqueda, me fui.Un sólo ejemplar tenían en toda la galería, y estaba arrendado. Me pareció una locura. Llegué a mi casa, y me dirigí a mi cama, era lo que había deseado todo el día, pero me sentía intranquila. No podía quitar de mis pensamientos su imagen, imponente y a la vez suave, con ese aroma a otoño en bosques de eucaliptos, fuerte, varonil. Deseaba volver a verle, con intensidad, pero también sabía que la probabilidad que eso sucediese, era remota.
Al día siguiente, sabiendo que el libro que necesitaba no estaba en esa galería, me dirigí a aquel lugar, inventándome un panorama, mintiéndome, autoconvenciendome que podría encontrar algún otro libro interesante, la verdad era otra. Caminé por los pasillos, atenta a la presencia de aquel que sin hablarme, no ha dejado de rondar mis pensamientos. Pero al parecer esa galería no me da frutos tras mis búsquedas. No estaba. Me senté a tomar un café, muy cerca de ahí, por si te veía en otro horario, y nada, decidí marcharme.
Así, por dos meses, regularmente visité la galería, aproveché de abastecerme de libros, algunos muy interesantes, otros más que interesantes divertidos, hasta ya me conocían ciertos locatarios.
Un día cualquiera, buscando un libro de E. Poe para regalar, llegue a un local viejo, con aroma a encierro, donde atendía un caballero de avanzada edad, lentes y barba blanca. Consulté por alguna obra de E. Poe que me pudiese recomendar para obsequiarle a un niño de diez años. Me pidió unos minutos para buscar, mientras me invitaba a tomar asiento en un sillón que poseía el local. Me senté, y me puse a jugar con un rubiks que siempre llevo en mi cartera. Como siempre que juego con aquel dichoso cubo me distraigo, de pronto  repentinamente para mi atención, frente a mi, en el mesón estaba él, de pie, esperando atención. Nerviosa y torpemente el rubiks saltó hasta sus pies. Enrojecida me comencé acercar para tomarlo, pero él, más rápido y atento, lo tomó, lo observó para luego depositar su mirada en mi mano que esperaba aquel cubo. Rompió el silencio diciendo : - Interesante!
Sólo eso bastó para que su voz me estremeciera. Profunda, calmada, grave, como un rugido.
Mil ideas pasaron por mi cabeza, hablarte, o quizás ignorarte, pero no podía dejar pasar la oportunidad que tanto busqué. Mientras pensaba en qué hacer o decir, sacas de tu bolso un libro, y lo dejas sobre el mesón, le doy un vistazo, y era aquella maldita novela que debía leer por obligación. Esa era mi oportunidad para buscar un tema para hablarle. Pero antes de que fuese capaz de esbozar alguna palabra, vuelve aquel anciano dueño del local, y me entrega el libro que buscaba de E. Poe. Aquel que cautivaba mi atención y pensamientos sin conocerlo dice : Wow! Aún más interesante. ¿Lo leerás?- Me pregunta.
A lo que respondo : .Quizás, pero mi intención es regalarlo a un primo de diez años que me lo ha pedido.
Sonriente y magnético responde: - Veo que aún quedan nuevas cosechas, nuevas generaciones que desean retorcer sus mentes leyendo a E. Poe.- A lo que respondí sólo con una sonrisa. Me puse tan nerviosa, que quería salir de allí, me sentía desnuda ante él, ante su presencia. Pagué el libro, y salí del local. Pero no pude dar más de dos pasos fuera de él. Lo esperé. Salió, con una bolsa llena de libros, y lo hablé: - Disculpa, vi el libro que traías, aquel de tapa gris, ¿Dónde lo conseguiste? - A lo que me responde: -¿Disculpa, te llamas?- Que falta de cortesía de mi parte, evidentemente el rojo cubrió mi rostro evidenciando mi vergüenza. Le dije:- Discúlpame, me llamo Macarena ¿Y tú?- Me responde: Me llamo Andrés mucho gusto. Y respondiendo a tu consulta, pues, lo arrendé hace algunos meses acá, en un local de la galería, pero no lo devolví. Fui y lo compré. Es tan malo, que mejor lo saco de circulación para que no siga quitándose el tiempo a otro que se ensarte con él. No pude más que reírme, y sin querer, él se contagió.
Luego de unos segundos me dice :- ¿Pues, de qué nos reímos?- A lo que respondí, contándole parte de la odisea que me ha costado conseguirlo. Le señalé que lo necesitaba, que necesitaba que me lo arrendara, o que me diera un par de horas para fotocopiarlo, a lo que él se negó fundamentando: -No te lo arrendaré, tampoco te lo prestaré, iremos a un café y te lo relataré. Yo seré el último que pierda el tiempo leyendo aquella novela.
De esa tarde con aquel inteligente, intelectual, intenso y magnético hombre, tengo muchos recuerdos, que guardo hasta hoy. Pues cada vez que lo beso antes de dormir, le recuerdo que su retorcida mentalidad me fascina, pero que no leí aquel libro, sólo porque no quería leerlo, no porque él me lo impidiera.

sábado, 26 de enero de 2013

El goce de tu ser



Tú, aquel apasionado e intenso ser. Aquel con aroma a Jazz, a Sinatra, a moderna y clásica literatura.
Sabio, educado, racional , magnético, generoso, ilimitado, inteligente, intelectual y civilizado hombre. Apariencia fuerte y rígida, que no hizo más que cautivar mi atención.
Esos momentos, aquellos en que como una infanta me deleito con tus relatos, con tu conocimiento, los disfruto, como disfrutaría una tarde de otoño en la cumbre de un cerro en medio de la ciudad, observando como la noche cae, y las luces plagan el crepúsculo entre edificios, bohemia, y vehículos a toda velocidad.
Que decir de tus besos, cálidos, con ánimo de contención, pero inevitablemente candentes. Esa mirada, consciente, pausada que a ratos evidencian ternura, mesura y prudencia. No hago más que disfrutar del brillo de aquellos ojos, y responder con sonrisas y a ratos con miradas tímidas, evadiendo la desnudez que me provocas. Allí es cuando aquel fuerte e impenetrable hombre, se vuelve dulce, afable, pero no menos protector.
Siempre atento y concentrado, muy lúcido, captando todo lo que sucede en nuestro mundo y en el exterior. Más que cómoda, me dejo caer en tu contención, confiada e ingenua, recibiendo siempre tus abrazos y caricias.
Podrían pasar horas, tardes completas escuchándote y admirando la intensidad con la que vives. Estás aquí, y estás allá, siempre completo en todas partes, conociendo y gozando de las historias, de la gente y de la vida. Y mientras me cuentas y compartes historias conmigo, no puedo evitar distraerme en la percepción que tengo de  tu persona, no puedo evitar sentirme a ratos desnuda frente a ti, no puedo evitar sentirme deseosa de tus manos, de tus besos, de tu piel, no puedo evitar el antojo de tu ternura, pero en un segundo vuelvo de nuevo junto a ti, saliendo de mis pensamientos, volviendo a nuestro plano, nuestro mundo, a aprender de ti, del goce de la vida, del vigor y la pasión con la que se debe disfrutar cada momento, cada oportunidad y eventualidad.