sábado, 26 de enero de 2013

El goce de tu ser



Tú, aquel apasionado e intenso ser. Aquel con aroma a Jazz, a Sinatra, a moderna y clásica literatura.
Sabio, educado, racional , magnético, generoso, ilimitado, inteligente, intelectual y civilizado hombre. Apariencia fuerte y rígida, que no hizo más que cautivar mi atención.
Esos momentos, aquellos en que como una infanta me deleito con tus relatos, con tu conocimiento, los disfruto, como disfrutaría una tarde de otoño en la cumbre de un cerro en medio de la ciudad, observando como la noche cae, y las luces plagan el crepúsculo entre edificios, bohemia, y vehículos a toda velocidad.
Que decir de tus besos, cálidos, con ánimo de contención, pero inevitablemente candentes. Esa mirada, consciente, pausada que a ratos evidencian ternura, mesura y prudencia. No hago más que disfrutar del brillo de aquellos ojos, y responder con sonrisas y a ratos con miradas tímidas, evadiendo la desnudez que me provocas. Allí es cuando aquel fuerte e impenetrable hombre, se vuelve dulce, afable, pero no menos protector.
Siempre atento y concentrado, muy lúcido, captando todo lo que sucede en nuestro mundo y en el exterior. Más que cómoda, me dejo caer en tu contención, confiada e ingenua, recibiendo siempre tus abrazos y caricias.
Podrían pasar horas, tardes completas escuchándote y admirando la intensidad con la que vives. Estás aquí, y estás allá, siempre completo en todas partes, conociendo y gozando de las historias, de la gente y de la vida. Y mientras me cuentas y compartes historias conmigo, no puedo evitar distraerme en la percepción que tengo de  tu persona, no puedo evitar sentirme a ratos desnuda frente a ti, no puedo evitar sentirme deseosa de tus manos, de tus besos, de tu piel, no puedo evitar el antojo de tu ternura, pero en un segundo vuelvo de nuevo junto a ti, saliendo de mis pensamientos, volviendo a nuestro plano, nuestro mundo, a aprender de ti, del goce de la vida, del vigor y la pasión con la que se debe disfrutar cada momento, cada oportunidad y eventualidad.